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La guerra del silencio: Retorno al vientre de la Tierra (Fragmento).
 
 
 
 
 

 

 

 

Autor: Gerardo del Río Olivera (Seigunabi).

En proceso de creación.​

Ciudades doradas

Antes, las ciudades de noche eran doradas, como si el sol se hubiese derramado sobre ellas. Sus caminos majestuosos parecían ríos de magma ardiente en donde se movían pequeñas estrellas de colores a distintas velocidades. La gente que las habitaba al parecer sabía controlar muy bien al fuego. Yo vi ciudades doradas gigantescas, que se extendían por los valles como maíz amarillo desgranado sobre una manta oscura e inmensa. Las vi desde las alturas, mientras viajaba por medio de mi cuerpo de ensueño, mientras mi tonalli flotaba entre las nubes, y quise bajar a andar por aquellos caminos brillantes, pero no lo conseguí. No sé qué paso; al descender todo se puso oscuro y desperté en mi hamaca nuevamente, excitada y casi sin aliento en la garganta. Ya no he vuelto a ese lugar jamás, por más que así lo he querido. Para mí que esos hombres, los que habitaron esas ciudades, no eran simples hombres, eran seres poderosos, creo que hasta fueron gigantes y como dicen los más viejos, de esos gigantes que no pueden recostarse, pues si lo hacen se convierten en cerros, quizá por eso sus casas eran muy altas y alargadas para dormir parados dentro de ellas…

¿Eso es lo que ustedes vienen trayendo? ¿Eso es lo han querido mostrar a nuestros pueblos? ¿No es así? ... Serán las ciudades de esos arionquecholas; grandes constructores, maestros del fuego y poseedores del secreto para poder manipular a la materia tabú…

¿Serán nuestros antepasados o será que esta visión no pertenece a nuestro mundo?

Yo sólo sé que nunca había visto tanta luz en medio de la noche, ni ciudades tan grandes y majestuosas. Era como cuando se incendió el morro en la sequía de hace siete años. El fuego se extendió tanto que podíamos ver su luz bella y perversa desde el valle hasta la costanera.

Así eran las ciudades de esos gigantes, sólo que el fuego de ellos no soltaba nada de humo, tal vez como dicen ustedes, eran verdaderos maestros, dominadores de los elementos, poseedores de una ciencia hasta hoy indescifrable.

¿Al final tendrán razón los más viejos? Enterradas bajo nuestras selvas y bosques sagrados yacen ciudades gigantescas, hermosas e impresionantes, construidas con una tecnología hasta ahora desconocida y dañina para el hombre... Yo fui en un sueño florido, en un sueño lúcido hacía el pasado, me elevé hasta el cielo lunar, me elevé hasta el Tlalocan, hasta el gobierno del Señor del Trueno, y de ahí, en uno de sus tantos templos, en medio de una lluvia intensa me introduje por un resumidero de agua muy pequeño que me hizo llegar a otro planeta; un planeta en donde esta la puerta de entrada  al quinto techo celeste: el Ilhucatl mamalhucacoca. Estando en ese lugar sagrado en donde se genera el tiempo y la materia, pude viajar al pasado y  sobrevolar una gran urbe. Salí de mi cuerpo y viajé de noche como un pájaro sin dueño. Me cautivaron sus altos edificios, sus puentes tan largos que pueden cruzar el mar para unir dos tierras muy lejanas, me impresionaron también esas gigantescas canoas hechas como de un caparazón de fibra lisa y brillante, no sé de qué animal o árbol serán,  pero había muchas parecidas así, colocadas a lo largo y ancho de un grandísimo y oscuro río. Esto no se lo he contado a nadie, y es lógico, nadie me creería; enlazadores famosos, servidores leales a la Triple Alianza, han  dedicado toda su vida a encontrar por medio del arte florido del ensueño, dichas ciudades pero jamás han logrado llegar hasta donde yo he podido. Nadie me creería. Yo no soy nadie. Lo único que he hecho toda mi vida ha sido dedicarme a la caza.  Eso sí, no soy una ignorante, conozco lo suficiente como para hablar porque he caminado mucho, mi madre me enseñó desde pequeña el lenguaje que nuestra madre Coatlicue usa para comunicarse con todos sus pequeños hijos,  he sabido respetar al mal tiempo, a la soledad y al hambre, he vivido sin varón alguno y mi única compañía han sido hasta ahora esta tupida naturaleza, sus  espíritus noctívagos y los animales adustos de sus parajes.

 Todos hemos crecido con el acuerdo de no acércanos a estos lugares llamados tabú. Dicen que estos sitios tienen encanto y que todo aquel que entrase a ellos no vuelve jamás. Los ancianos hablan que ahí habitan horribles criaturas, como espantos brillantes que castigan a todo aquel que ose entrar a sus dominios. Aunque suene ridículo e infantil,  nadie que yo conozca, por más valiente y aguerrido que sea, se ha atrevido a desafiar dicho mito…

Continuará...

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