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 Kyūdō: el sendero del arquero
Una flecha sin rumbo camino al Satori (Artículo).
 
 
 
 
 

 

 

 

 

Autor: Gerardo del Río Olivera

Para Revista Cultural Aire.​ Año 2014

 

En la más honda espesura

de la montaña

llegar a la desnudez

(Santoka)

 

La principal característica del ser humano es que es un ser pensante. Lo curioso de esto es que en realidad las obras más geniales que ha creado no las realizó por medio del cálculo o el raciocinio. Sus mayores logros devienen de lo más hondo de su interior, devienen de su espíritu; en el momento preciso en que finalmente dejó de “ser siendo” y se olvidó de sí mismo, reconquistando su dignidad y su inocencia, recobrando el poder del “candor infantil”, activando su naturaleza creadora.

Según los maestros de las escuelas del budismo mahāyāna, dicho conocimiento se consigue a través de años de ejercitación meditativa; practicas que nos pueden conectar con la conducta esencial de nuestra conciencia, lo cual es el fundamento del Zen.

“El Zen es la conciencia cotidiana, según la expresión de Baso Matsu (fallecido  en el 788 AC). Esa “conciencia cotidiana” no es otra cosa que “dormir cuando se tiene sueño; comer cuando se tiene hambre.” Apenas formulamos conceptos, lo inconsciente primario se pierde y surge un pensamiento. Ya no comemos cuando comemos; ya no dormimos cuando dormimos. Se disparó la flecha, pero no vuela en línea recta hacia el blanco, y este no está donde debería hallarse.”

(Bungaku Hakusi.-Zen en el arte del tiro con arco)

Hace siglos en la época imperial de Japón, el tiro con arco era para los guerreros samurái, la más elevada de todas sus prácticas marciales. Posteriormente, cuando el arco dejó de tener sentido como instrumento bélico, su práctica siendo asimilada por el budismo y el sintoísmo, evolucionó hacia el kyudo o practica zen del tiro con arco, que maestros de este arte denominan como “la meditación de pie”, convirtiéndose en una disciplina compleja de explicar pero simple de aplicar y su propósito es ser una práctica de meditación contemplativa.

En el kyudo lo menos importante es acertar, por ello al disparar, el practicante ni siquiera debe mirar directamente hacia el blanco. Otro detalle interesante es que de hecho el arco zen parece ser un instrumento diseñado para fallar: mide más o menos uno ochenta de alto, está hecho de tiras de bambú encoladas y una cuerda que se tensa con dificultad, estirando los abrazos por encima de la cabeza; algo bastante difícil para un principiante, pero por sobre todos estos detalles, lo que hace realmente complicado disparar con este arco es que el tiro no se encuentra en la empuñadura, es decir, a la mitad del arco, sino en la tercera parte inferior del mismo.

El tiro con arco zen de ninguna forma debe ser un intento para lograr algo, no hay un objetivo práctico y es que en sí, esta disciplina no tiene ninguna utilidad en nuestro ajetreado mundo occidentalizado, tampoco busca el placer estético de ser un espectáculo. Su fundamento es interior; es la ejercitación de la conciencia que a de relacionarse con la realidad última del ser.

 

“No estamos puliendo el estilo o la técnica de uno, sino la mente. La dignidad del tiro es lo importante. En esto se diferencia el kyudo del enfoque habitual del tiro con arco. En kyudo no hay esperanza. La esperanza no es la cuestión. La cuestión es que, a través de la práctica prolongada y auténtica, aflora tu dignidad natural como ser humano. Esta dignidad natural ya está en ti, pero está cubierta por muchos obstáculos. Cuando éstos desaparecen, tu dignidad natural puede verse brillar”.

Shibata Sensei

 

Y a pesar de todo, el practicante de kyudo que se entrega en cuerpo y alma a su disciplina con frecuencia acierta en el blanco. El tiro con arco se practica en el budismo Zen para alcanzar el grado de conciencia denominado “satori”, que es una condición anímica en la que se equilibran la subconsciencia y la conciencia intelectual. Los ejercicios para llegar al satori comienzan desarrollando una técnica especial de respiración, denominada “respiración del cazador” (respirar en ocho tiempos por la nariz y exhalar en cuatro tiempos por la boca),  hasta conseguir un entero desasimiento de la sensación del “Yo”. Cuando estos objetivos han sido alcanzados, es posible disparar la flecha y lograr que se clave en el blanco sin necesidad de  intentar apuntar a él.  Lo más importante para lograrlo, es que el arquero debe fundirse con el arco, con la flecha y con la diana (el blanco); que las cuatro energías fluyan continuamente en un proceso cíclico cuya consecuencia positiva para cada elemento es cumplir con la naturaleza de su propósito.

Es por ello que el arquero zen trata con un respeto inmenso a su arco, de tal forma que desde el momento de recibir su primer arco, éste será el único con el que podrá tirar en toda su vida y ninguna otra persona puede usarlo más que su dueño. Al morir el arquero, el arco no vuelve a utilizarse jamás, pues se cree que su espíritu reside en él.

Soy el arquero

Soy la flecha y la diana

¡No puedo fallar!

(Xaro la)

 

Cuando el practicante de kyudo ha alcanzado el satori, se convierte en verdadero maestro zen de la vida y por ello ya no depende del arco y las flechas para ser un arquero.

 El príncipe de Lumbini;  Ananda Radscha Shakya (534 a. de C.) que alguna vez fue considerado como el mejor arquero de su tiempo, en un momento de su vida dejó por completo el uso de las armas para dedicarse a la meditación.  Cuando le preguntaron sobre qué lo motivó a abandonar sus prácticas guerreras, él  sencillamente contestó la frase que lo inmortalizaría:

“Así como la flecha disparada sin apuntar da en el blanco, debería tender el alma hacia el Nirvana, el “No Ser” como última de todas las metas, sin la ambición del arquero.”

Libre como una fecha directa al sol, con la pureza de aquel que no pretende ser y el candor inocente de la desnudez espiritual de un guerrero que ha vuelto a ser niño, dejando atrás toda inclinación desequilibrada hacia el mundo material, lejos de todo deseo, de toda esperanza o temor. El camino hacia el satori es la trayectoria de una flecha disparada sin miedo a fracasar.

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