Tonantzin-Guadalupe: ¿Continuidad ancestral y cultural de la resistencia americana?(Artículo).
Autor: Gerardo del Río Olivera (Seigunabi)
Para Revista Cultural Aire. Año 2014
El origen del paradigma Guadalupano
Desde épocas remotas en México el culto a las deidades femeninas se viene practicando profusamente, siendo entre ellas, la representación de la maternidad, la más reverenciada. Ni siquiera el brazo aplastante de la conquista y la severidad religiosa durante la evangelización pudieron frenar la devoción a la diosa madre, que oculta en las múltiples vestimentas marianas no sólo ha sobrevivido sino que cada vez más se renueva con su simbología originaria y un mensaje cristiano inspirado por el contexto étnico-social del continente americano.
El rumbo de conciliación que la iglesia católica fue tomando con respecto a las llamadas “idolatrías” acaso como una consecuencia indeseada y lógica, propicio la supervivencia de las prácticas paganas. Sin embargo esto no fue el planteamiento inicial que los doce apóstoles de México (los primeros franciscanos encomendados a las misiones evangélicas) se propusieron. A partir de su arribo a Nueva España en 1524 por órdenes del Papa Adrian VI y el emperador Carlos V, procuraron con insistencia erradicar lo que ellos consideraban tradiciones heréticas instruyendo a los naturales en el cristianismo, teniendo sumo cuidado en que aquellos nuevos conceptos teológicos tan ajenos a estas tierras fueran comprendidos y asimilados cabalmente, evitando que los recién conversos cayeran en libres interpretaciones o hibridismos ideológicos. Sin embargo, pese a sus mejores intentos, los indígenas se resistían a recibir la nueva fe. Sólo hasta 1531, gracias a las supuestas mariofanías o apariciones Guadalupanas, fue que la conquista espiritual comenzó a tomar forma y la fe católica tuvo mayor aceptación entre los indígenas. Pese al éxito de la imagen, los primeros en oponerse a su culto fueron los mismos frailes franciscanos que miraban con suspicacia el floreciente fervor hacia aquella virgen María que aún no era oficialmente nombrada de Guadalupe y que todo apuntaba a ser un sincretismo de la diosa Mexica Tonantzin, a la cual se le rendía culto desde tiempos inmemoriales en el mismo lugar donde se alzaba la novel iglesia de la virgen americana.
“En este Lugar (que se nombra de Tepeyácac) tenía un templo dedicado a la madre de los dioses, que la llamaban Tonantzin y que quiere decir Nuestra Madre. Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa. Y venían a ellos de más de veinte leguas de todas las comarcas de México y traían muchas ofrendas. Venían hombres y mujeres, mozos y mozas a estas fiestas. Era grande el concurso de gente en estos días y todos decían vamos a la fiesta de Tonantzin. Y agora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin.”
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, libro XI, nota final.
Los rostros de Tonantzin
No fue casualidad que españoles y criollos nombrasen a Tonantzin como Nuestra Señora de Guadalupe, teniendo en cuenta que la mayoría de los conquistadores, incluidos Hernán Cortes, conquistador del centro de México y Gonzalo Sandoval, regente del cuartel general precisamente en Tepeyac, eran originarios de Extremadura, lugar natal de aquella virgen morena que en tierras americanas tomó una forma muy distinta a su homóloga española y en quien era notable la ausencia del niño Jesús en brazos.
“Habría de mandar que no se nombrase Nuestra Señora de Guadalupe, sino de Tepeaca o Tepeaquilla (Tepeyac), porque si en España, Nuestra Señora de Guadalupe tenía ese nombre era porque el mismo pueblo se decía así, de Guadalupe.”
Afirmaba Fray Alonso de Santiago, quien al hacer esta aseveración calificaba de nueva dicha devoción mariana y eso significaba que a sus ojos no era obra de los primeros evangelizadores.
Desde aquel entonces y gracias a la publicación del Nican mopohua en 1649, por el bachiller Luis Lasso de la Vega, quien lo atribuyó a la pluma del sabio indígena Antonio Valeriano, la devoción Guadalupana tuvo una amplia difusión. Dicho texto en donde se relata la historia de las milagrosas apariciones, toma como bandera el mensaje cristiano de la humildad, dando a su vez una importancia clave a la cosmovisión prehispánica, recobrando expresiones, pasajes y a veces frases textuales reproducidas de antiguos cantos mexicas tales como el Cuicapeuhcayotl.
La filosofía del antiguo culto a Tonantzin también persistió gracias a la iconográfica compuesta en la pintura de la Virgen de Guadalupe. Los diversos rostros de la madre universal, engendradora de los dioses, se manifiestan con sencillez y elocuencia a través de su simbología novohispana.
En los códices prehispánicos, es común ver que un dios o una diosa porten los atuendos u objetos sagrados de otro dios. Este “préstamo” significa que aquel atributo en esa representación también le pertenece. Siguiendo con dicha idea, según la tradición oral mexica (principalmente extendida en la tradición de los concheros), Tonantzin-Guadalupe tomó de las diosas antiguas varios atributos, los cuales son claramente apreciados a simple vista. Esto es lo que los pueblos del Anáhuac posiblemente vieron a primera instancia en la imagen, que lejos de oponerse a sus costumbres y tradiciones parecía más bien continuarlas, de tal forma que sin problemas terminaron por rendirle culto.
Entre las diosas aztecas presentes en los distintitos atributos que componen la pintura destacan:
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Cihuacoatl (Mujer serpiente): Madre de los cielos y señora del inframundo, patrona de los guerreros, junto con Quetzalcoatl creo a la humanidad actual, diosa del nacimiento, patrona médicos y parteras, guía recolectora de las almas.
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Chicomecoatl (Siete serpiente): Diosa de la subsistencia, de los tejidos, de la cocina, de la agricultura, de las cosechas y de la fecundidad. En la tradición oral se dice que son las siete energías de la tierra que corrompen la semilla en la tierra para que sea posible el cultivo.
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Citlalicue (Falda de estrellas): Creadora de las estrellas, diosa del firmamento estrellado, se casó con Mixcoatl (serpiente de nube: la vía láctea).
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Xochitlicue (Falda de flores): Esposa de Tonatiuh (sol). Una advocación de Xochiquetzal, diosa de la primavera.
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Coatlicue (Falda de serpientes): Diosa de la fertilidad, patrona de la vida y de la muerte, guía del renacimiento.
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Coyolxauhqui (la adorada de cascabeles): Diosa de la luna.
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Tonacacihuatl (Señora de los carrizos luminosos): Señora del sustento, de la luz y el calor solar propiciadores de la vida.
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Omecihuatl (Señora dos) Diosa de la dualidad, madre universal, señora de la sustancia, de la existencia e inexistencia, del orden y el caos, regidora del ciclo de la vida.
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Xilonen: Señora del maíz tierno, diosa de la juventud y la virginidad.
La mujer del apocalipsis.
Paralelamente, en la pintura es indudable la presencia plástica del pensamiento cristiano particularmente contenido en el evangelio de San Juan, siendo el evangelista análogo a al mexicano San Juan Diego no sólo por el nombre de pila, sino también por sus representaciones. Mientras que el Evangelio de Juan, debido a su nivel de abstracción y complejidad teológica es simbolizado por un águila pasmada, el nombre náhuatl de San Juan Diego era ni más ni menos que Cuauhtlatoani “águila que habla”
En el libro titulado “Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe” del predicador y teólogo Miguel Sánchez, celebrada en su historia la profecía del capítulo doce del apocalipsis de San Juan:
“Y apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta de sol, y luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas; está encinta”...
Si bien la virgen no está coronada posiblemente lo estuvo al menos hasta el siglo XIX, pues numerosas replicas mexicanas antiguas sí lo están. O bien la corona puede ser interpretada a razón de que referida mujer es precisamente la Virgen María “Reina de los Cielos.”
El códice Tonantzin-Guadalupe
Es común entre los estudiosos del fenómeno guadalupano, referirse a la pintura como si se tratase de un códice, pues es sin duda un cuadro compuesto de múltiples simbolismos. Algunos de ellos son:
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La imagen en su conjunto esta sutilmente dividida por un claroscuro que sugiere el equilibrio armónico entre las dualidades; la luz y la oscuridad, el día y la noche.
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A las espaldas de la virgen resplandece la luz del sol, lo cual nos sugiere un eclipse; fenómeno astrológico que era comúnmente interpretado tan por los sacerdotes aztecas como por los españoles como un presagio sobre un cambio de ciclo importante, el día del juicio final o la renovación.
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La cabeza de Guadalupe esta inclinada veintinueve grados. Precisamente éste es el grado de inclinación que tiene el planeta Tierra respecto al sol. Detalle que pudo ser facilmente interpretado por los sabios mexicas, tan versados en el estudio de los astros.
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Las estrellas en su manto están ordenadas según se encontraba el firmamento a su aparición en el cerro del Tepeyac el 12 de diciembre de 1531. De hecho, esto confirma su separación con la Virgen de Guadalupe de Extremadura, la cual celebra su fiesta cada 8 de Septiembre.
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Se dice que su posición parada sobre la luna creciente no es casual, ya que en la toponimia náhuatl, la palabra “México” significa “en el centro de la Luna.”
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Las flores pintadas en su vestido son representaciones típicas del tepetl (el monte) y sus tallos son como atl (el agua) que brota de los manantiales y que hacen propicia la vida. De tal forma, en el lenguaje figurativo de los códices mesoamericanos es común la conjunción de monte y río para designar a altepetl (las ciudades o pueblos) que eran lugares de la vida en sociedad.
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También en el vestido, justamente a la altura del vientre de la virgen se encuentra pintada la única flor de cuatro pétalos; flor que los antropólogos denominan “quincunce.” El quincunce es la cruz de los toltecas, pueblo precursor de la cultura azteca, y uno de los símbolos del mítico Quetzalcoatl; gran benefactor de la humanidad según referidas creencias, el cual para los nahuas y otros pueblos del Anahuac en aquel tiempo pudo ser fácilmente comparado con Jesucristo.
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El pequeño ángel que cumple la función de tameme o cargador de la virgen, puede ser un guerrero de alto rango puesto que esta vestido con un mameluco rosa; atuendo que nos recuerda al que usaban los Tlacatecame o generales de tropa de los ejércitos mexicas. El hecho de que el ángel sea un niño también es indicativo de su origen noble; pues la nobleza se denominaba en lengua náhuatl “pilli”, que a su vez significa infante o niño; figurativo que nos revela aspectos de la filosofía náhuatl en donde uno de los atributos de ser noble era permanecer en un estado de pureza infantil.
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Se dice que sus alas no son verde blanco y rojo como se cree pues sus colores originales se han ido desgastados con el tiempo. Los colores originales serían el negro, agua marina, blanco y rojo; designados a los cuatro rumbos del universo tolteca.
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Las alas del ángel y la luna creciente a sus pies, al combinarse visualmente insinúan la forma del glifo ollin, “movimiento” un símbolo de máxima abstracción que servía antiguamente para significar a Dios sin tener que nombrarlo. Fusión equivalente a las siglas “Y, H, V, H” de los hebreos.
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La virgen tiene la rodilla izquierda levemente levantada, como si estuviese danzando sobre su lugar. Es común en las vírgenes del apocalipsis el elemento dinámico para evocar la idea de fuertes transformaciones. Aunque también desde el contexto indígena pudiera interpretarse como la forma de oración que utiliza su pueblo para rendirle culto, es decir, a través de la danza ritual.
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Algo notable para los creyentes del fenómeno guadalupano es que en sus ojos se encuentran formas en miniatura de lo que pudiera reflejarse en el espectro visual de un ojo humano. En una se encuentran lo que muchos interpretan como diez personajes, aparentes testigos del momento en que Juan Diego extendiera su ayate frente a Zumarraga, según el relato del Nican mopohua y en el otro ojo hay quienes distinguen a una familia mexicana rindiendo culto a la imagen.
Guadalupe: madre de los oprimidos
La virgen ha tenido un lugar relevante en las reivindicaciones sociales de México.
La mujer guerrera como estandarte revolucionario tiene su origen incluso desde la antigüedad prehispánica, pues las diosas principales tenían entre sus atributos el ser guerreras. De hecho parir para una mujer era equivalente a ir luchar al campo de batalla.
Según la tradición oral de Morelos a Quetzalcoatl sus abuelos le hicieron entrega de las armas de su madre Chimalma a la edad de siete años para que comenzara a practicar las artes guerreras.
Durante el esplendor del imperio Tolteca, Chimalma fue el icono por excelencia de los jóvenes guerreros.
Se recuerda también en la historia del pueblo mexica el liderazgo de Citlamina en el levantamiento de insurrección juvenil en contra de los tepanatecas, cuando aún el pueblo azteca era sometido a pagarles tributo.
En 1799, un grupo de criollos de origen humilde apenas armados con dos pistolas y cincuenta machetes, bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe conformaron “la conspiración de los machetes” uno de los primeros antecedentes de la independencia de México.
En 1808 uno de los movimientos autonomistas clandestinos más importantes en apoyo a la emancipación de México, tomó por nombre “los guadalupes”, pues consideraban a Tonantzin un icono de la unidad nacional entre todos los pueblos y castas.
Durante la independencia de México es tomada como estandarte y es considerada la primera bandera del México libre.
Para conmemorar la emancipación definitiva de México, el primer presidente; José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, se cambió su nombre a “Guadalupe Victoria.”
El 11 de agosto de 1859, el presidente Benito Juárez, en la ley sobre días festivos civiles incluye el 12 de diciembre como feriado oficial.
Durante el transcurso de la revolución, Emiliano Zapata enarbolaría continuamente el estandarte de la virgen de Guadalupe para inspirar a sus tropas en el combate.
El contenido dogmatico-moralizante y la dimensión étnico-social del mensaje guadalupano sirvió como inspiración a la corriente teológica de los cristianos de base o teología de la liberación, quienes a su vez apoyaron a muchos otros movimientos indigenistas y sociales de América Latina, entre los que destaca por su trascendencia internacional, el movimiento zapatista de liberación nacional (EZLN).